El laberinto unidireccional
Un hombre, con la mirada fija en el horizonte, caminaba incesantemente alrededor de un edificio. Buscaba, sin descanso, el límite.
Con cada paso generaba más dudas, aumentaban en cantidad y debilitaban en credibilidad. Se multiplicaban en su mente como insectos, ocupando aquel espacio ilimitado. Pronto se retorcerían en su cabeza, convirtiéndose en enigmas incomprensibles que engendrarían más interrogantes.
Caminaba día tras día, siempre en la misma dirección. A las 9 de la noche, entraba de nuevo al manicomio. Dormía sin descansar, se despertaba sin haber dormido, ingería alimentos sin saborearlos y volvía a su ritual. Ya desde hacía unos meses, la primera pregunta que surgía en él por la mañana era si ya habría dado suficientes vueltas o si realmente existía el límite que buscaba. Y de ser así, si existiera, ¿tenía sentido buscarlo caminando unidireccionalmente?
A medida que el invierno se acercaba, sus pensamientos eran cada vez más una maraña densa y confusa. Soñaba en sueños, caminaba dentro de sueños. A veces incluso soñaba que alcanzaba aquel límite, solo para despertar y encontrarse de nuevo en el punto de partida.
Se cuestionaba si toda su vida había estado caminando en la dirección equivocada, si tal vez cambiar de rumbo alteraría su destino, o si quizás había comenzado su viaje justo en aquel límite que buscaba.
Su fijación hacia este único objetivo lo devoraba por dentro, como un parásito que se alimentaba de su cordura. Sabía que alcanzar el límite no significaría nada para nadie. Era un castigo eterno, condenado a buscar algo que tal vez no existía y que —el hecho de que existiera o no, que fuera descubierto o no— no cambiaría la vida de nadie.
Ya en invierno, la nieve comenzaba a caer y sus pasos, ahora más lentos, dejaban huellas tras de sí. Y aunque miraba hacia atrás y veía el camino recorrido, no encontraba en sí mismo la voluntad de cambiar de rumbo. Cada vuelta era una promesa silenciosa, un intento más de descifrar el enigma que lo impulsaba a seguir, siempre en un solo sentido, como si en esa dirección única residiera la clave de su existencia. Su mente, prisionera de esa lógica incomprensible, lo arrastraba una y otra vez alrededor del manicomio, como si el universo entero fuera una broma cruel cuyo significado se le escapaba.
Plateau